Hola a todos, mi nombre es Antoni Becquerel pero en mi pueblo natal me llaman Becquel, ya que me pasaba el día tocando cables de corriente.
Como todos sabéis, Becquerel es el nombre del inventor de la radiactividad y ganador del Premio Nobel de Física en el año 1093 y también os quiero dejar claro que no tengo nada que ver con este grandísimo señor.
Ahora bien, hablando de mí mismo y sabiendo ya mi nombre y apellido os puedo contar que tengo 36 años recién cumplidos. Vivo en Alcarràs en una casa apartada de la ciudad y tengo dos perros grandes. En el pueblo todos me conocen y si queréis saber más sobre el pueblo, podéis o bien venir a recoger fruta todos los días del año, vigilar los animales en todas las granjas de Alcarràs o hacer cuatro vueltas por nuestro Circuito de Alcarràs.
No tengo pareja y no lo valoro ahora mismo. Mi vida es feliz tal y como es ahora mismo y no quiero ser uno más con las costumbres humanas que nos hacen ver como obligaciones. Ahora bien, no me estoy de nada, si necesito cambiar de televisor y quiero la mejor, me la compraré, si necesito cambiar de nevera sin que se me rompa la mía, lo haré. Lo mejor es que toda mi casa fue diseñada por mí, Antoni Becquerel, y se donde esta todo, por lo tanto coste 0. Además, no me fijo mucho en el consumo de los productos que tengo, hay gente que se basa en la Triple A de los productos, yo no.
Ahora bien, hasta aquí todo bien. El tema que hoy me trae la mosca detrás la oreja es que mi vecino y su nuevo juguete. ¿Sabéis cuál? El vecino listo del barrio se está colocando placas fotovoltaica. ¿De verdad se va a gastar un dineral con un producto que tardará en amortizar años y años? Sí, lo sé, mi vecino no fue el más listo de su promoción y tampoco me esperaba que fuera sensato en su decisión. El problema empezó cuando llegaron los chicos de la empresa y… bien…
La empresa es de unos chicos de toda la vida del pueblo, creo que se llama Becquel, santa casualidad eh, bien, como os decía vinieron para empezar la instalación en la casa de mi vecino. El problema empezó cuando mi vecino no estaba en casa, su prometida estaba comprando en el Esclat y yo, persona sin ninguna relación a dicha instalación o casa, iba a salir a pasear a mis dos perros.
Me vinieron bien uniformados y con sus herramientas de trabajo. Muy amablemente me preguntaron si podían acceder a la casa del vecino para realizar la instalación de las guías. Fue un momento difícil, ya que la hora de pasear a mis perros es sagrada, repito, sagrada. La conversación fue más o menos así:
Llaman a la puerta – ¿Sí? ¿Quién hay?
Voz desconocida – Somos de Becquel, ¿Nos puedes abrir un momento?
-¿Que es Becquel? Yo no os llame para nada
Voz desconocida – Venimos a casa del vecino, pero no está en casa y tenemos que realizar una instalación.
-No os puedo abrir, me voy en breve, lo siento.
Voz desconocida – Solo queremos subir al tejado para trabajar en la instalación de las placas
-No puedo dejaros subir al tejado, ¿Estáis locos?
Voz desconocida – Gracias, ya esperamos a que llegue el vecino, adiós.
-Adiós jóvenes
Una vez se fueron, deje pasar un tiempo prudencial de 10 minutos para darle tiempo al pesado del vecino a llegar. Salí fuera y los pobres muchachos aún estaban esperando. Me saludaron y me pidieron disculpas. Intercambiamos diferentes opiniones sobre la evolución de la energía solar y cómo iba a evolucionar. Como todos sabéis, no soy muy seguidor de este tipo de energía revolucionaria.
Joel, uno de sus trabajadores me explicó las ventajas de la energía solar hasta el punto que llegué a creérmelo pero contesté de mi mejor manera, como un niño para dejarle claro que no me iba a convencer, – Niño, la luz llega igual a mi casa y no molesto a nadie.
La mirada de Joel después de contestar de una manera radical fue penetrante, la noté y Joel se dió cuenta que me había marcado. Ahora bien, al finalizar la conversación con ellos mi cabeza sólo se preguntaba sobre si todo lo que me habían contado de la luz sin coste era verdad y que en poco tiempo estaría amortizada la instalación.
Bien, toda cuestión será resuelta cuando los visité en la oficina de Becquel.